El primer ministro británico Boris Johnson, que indignó a sus filas conservadoras con el escándalo de las fiestas celebradas en Downing Street durante los confinamientos, sobrevivió el lunes a una moción de censura, pero salió debilitado y aún puede verse empujado a dimitir.

Amenazado desde hace meses por este escándalo, conocido como partygate, del que durante un tiempo parecía haberse salvado gracias al cambio de foco por la guerra de Ucrania, el controvertido líder británico se enfrentó al veredicto de los diputados de su mayoría.

Al menos 54 de ellos habían pedido un voto de confianza interno, que no se activó hasta el lunes, una vez finalizado el “jubileo de platino”, los cuatro días de grandes celebraciones por los 70 años de reinado de Isabel II.

“Es un resultado convincente, un resultado decisivo que nos permite como Gobierno pasar a otra cosa y centrarnos en lo que realmente importa”.

Reaccionó el primer ministro, de 57 años, sonriente ante una cámara de televisión.

Conocido por su talento para el escapismo político, Boris Johnson se había dirigido a sus filas, a puerta cerrada, en una sala del Parlamento de Westminster, antes de la votación.

Próximamente, una comisión parlamentaria deberá investigar si el primer ministro mintió a sabiendas a la Cámara de los Comunes, cuando en diciembre aseguró que no hubo fiestas en sus oficinas y que no se infringieron las normas anticovid.

Según el código de conducta oficial, engañar al Parlamento es motivo de dimisión y si se demuestra que lo hizo, le costaría resistir a la presión de la oposición y de sus propias filas.